domingo, 9 de junio de 2013

Olga

Olga tenía 29 años y provenía de una familia adinerada caída en desgracia, por lo que no se podían costear la sanidad privada. Era una chica remilgada, tranquila y con ese toque que tiene la clase alta de la sociedad; de desdén, me refiero; su cabello estaba besado por el fuego, ardía rojo, recogido siempre en una coleta pulcramente ordenada.

Su marido, sin embargo, era todo lo contrario; dueño de un bar ( del que su esposa no se enorgullecía), parecía un hombre trabajador y entregado, un manojo de nervios, con mirada de decisión y un deje de preocupación en las cejas, casi siempre fruncidas; aunque se le veía que no era su estado habitual, ya que, cuando hablabas con él, demostraba tener esas "habilidades sociales" que destacan en los taberneros andaluces.

Un día le pregunté, sorprendido, que cómo un tipo como él podía estar con una señora como aquella ( de forma más sutil, y siempre refiriéndome a carácter):

" Aún lo recuerdo como si fuese ayer; Olga era la típica chica con dinero que, ni por asomo, se habría fijado en un tipo como yo. Nunca entró en mi bar, que es más tasca que mesón, antes de que nos conociésemos,  y nunca lo habría hecho."

"Recuerdo la primera vez que la vi. Estaba cerrando el bar cuando pasó por delante de él. Su rostro, blanco y suave como el algodón, acompañado de su pelo rojo... y esos ojos verde claros... me dejaron sin aliento.
Nuestra mirada se cruzó un instante. Desde entonces la amo más que a nadie en este mundo."

Nunca he visto un hombre más enamorado que Daniel por Olga. Me lo contaba todo con tanta pasión, con tanto cariño... con ese brillo en los ojos... 

Quería que siguiese contándome, pero los quehaceres de la planta me reclamaban, y dejamos la conversación para más adelante.

Al poco tiempo, Olga llamó por el telefonillo a el control, porque se encontraba mal.

Fuimos a la habitación.

Nos contó que veía puntos negros en movimiento, como si fuesen moscas, que la cabeza le iba a estallar y que le dolía la nuca.

Le tomé la tensión. 200/120 mmHg.

Una bestialidad, cuando a partir de 140/90 mmHg ya es alta.

Corriendo le administramos dos pastillas de adalat ( un antihipertensivo), una sublingual y otro oral.

Volvimos al control, donde el doctor estaba esperándonos para decirnos los resultados de la prueba de proteinuria de Olga, para ver que actuación tomábamos en conjunto.

Tenía casi 6g/ 24H.

Era preeclampsia grave, lo cual solo daba una solución:

La cesárea sería programada para 2 días después.


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