martes, 4 de junio de 2013

Dolor, tanto en el alma... como en lo físico

Flora llegó a la semana 19 con un pequeño cambio de actitud con respecto a su humor.
Llevaba veinte días ingresada, casi sin salir de su habitación; se encontraba algo irritable, y el gesto simpático que la caracterizaba desapareció por completo, por no decir nada de su innegable buen humor, que era ahora el de un ogro que no comía en meses.

Pero, como dicta el credo de nuestro profesión, yo la comprendía. O, al menos, lo intentaba.
Le daba palabras de ánimo, pasaba bastante rato con ella, y si necesitaba cualquier cosa, allí estaba yo para proporcionársela.

Una mañana, cuando llegué a las 7:50 a la planta, y tras mi redada en busca de las tensiones de la mañana, oí cierto revuelo que provenía de su habitación; en el control me comentaron que Flora tenía visita.

Como una exhalación, ví salir, voz en grito, a una chica de unos 30 años de la habitación. Me acerqué para preguntarle a Flora que había ocurrido.

"Era mi hermana"- me dijo, con la cara roja de la discusión.

"¡Ah, que bien!"-le comenté-"¿Pero entonces porqué discutíais, después de tanto sin veros?"

"Solo venía porque este mes no había pagado la cuota del centro de mi madre".

La verdad es que en ese momento no supe como reaccionar, se me cayeron los palos del sombrajo.

Así que la abracé.

Y ella gritó.

Me asusté mucho, le pregunté que qué ocurría, y que lo sentía mucho si le había hecho daño.

"¡Calla! ¡tengo contracciones!"

Era una noticia horrible.

Corriendo, llamé al tocólogo (médico especializado en útero lleno, a diferencia del ginecólogo que es de útero vacío), y le intentaron retener el parto, ya que hasta varias semanas después, no tendría la maduración pulmonar completa, lo cual significaba que parir en ese momento...

Significaría la muerte de su niña, por la que estaba luchando tanto.

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