sábado, 15 de junio de 2013

Cayetano

Cayetano era un señor de ya avanzada edad, que vivía con su hija, el marido de ésta y sus dos nietos.

Era, como la mayoría de los ancianos, un hombre lo suficientemente joven como para estar en sus cabales sin casi ningún tipo de limitación, pero lo suficientemente mayor como para hacer lo que le venía en gana, sin pensar en consecuencias, y siempre con la respuesta de " para dos telediarios que me quedan, no voy a dejar de..." y cualquier tipo de cosa al final de la frase.

En el centro, teníamos constancia de que había que ir a su casa a valorarlo, y a ver qué podíamos hacer para que estuviese mejor en sus últimos días, ya que estaba activado como "cuidados paliativos", que son la clase de cuidados que se prestan a personas para que mantengan la mejor calidad de vida hasta el momento de su muerte, pero sin expectativas de cura.

Los escalones de su bloque de piso sólo permitían el paso de una persona a la vez, así que me encaminé detrás de mi enfermera hacia el tercer piso.

A medida que subíamos, el aire parecía enrarecerse más.

Tenía la nuca como una piedra, de la tensión acumulada.

Era la primera vez que me enfrentaba a un caso de estos desde lo de mi amiga de oncología.

Cada escalón que subía, hacía que retumbase en mi cabeza "Estrella" "Estrella" "Estrella" "Estrella" ......

llegamos a un descansillo, en la que contrastaban la alfombrilla del suelo con la frase de "Sean Bienvenidos" con el oscuro pasillo.

Y con la cara de Claudia, su hija, que nos abrió como muerta en vida, con dos ojeras que le llegaban casi a los pómulos y con un tono lóbrego diciendo "pasen, por favor..."

Fuimos la habitación de Cayetano.

Y nos encontramos a un anciano, sentado en una especie de hamaca, con una gentil sonrisa y unos ojos que aventuraban esperanza. Podría ser el abuelo de cualquiera de nosotros.

Se me rompió el corazón cuando su hija nos explicó que él no sabía que tenía. Le tenían dicho que le costaba andar y le dolía toda la espalda porque tenía una vértebra rota.

Y lo que tenía eran varios tumores vertebrales primarios, diseminados en estómago y probablemente, por el suave tono ictérico de su piel, en hígado.

Y nosotros, los sanitarios, si la familia ha decidido que no quieren que el paciente sepa nada, no podemos contárselo, a no ser que nos pregunte directamente él.

Y no lo hizo, en ninguna de las visitas.

Su única preocupación era que su hija le vetaba las natillas porque era diabético.

Pero es que Claudia, a pesar de lo que los médicos le dijeron, no esperaba que su padre muriese.

Ni cuando se lo dijimos nosotros.

Pero el tiempo, por desgracia, nos dio la razón.






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