lunes, 10 de junio de 2013

No puedo gritar

Como ya se olía en el equipo, la noticia cayó como un jarro de agua fría sobre Olga y Daniel.
No se lo querían creer, aunque es admitían que el estado general de ella había empeorado rápidamente.

Daniel pasaba los ratos paseando por la habitación, por los pasillos, comiendose las uñas como si no hubiese mañana; y contándome su historia con Olga:

" Tras cruzarse nuestras miradas, como si del destino se tratase, a Olga se le partió un tacón, y fui corriendo a ayudarla a levantarse."

"Con voz ebria, me dijo que la dejase, que podía levantarse sola, que era un estúpido por acercarme. Todo ello con lágrimas en los ojos, casi gritando. Hizo el amago de levantarse, pero le dolía la pierna."

"En contra de su voluntad, la cogí en brazos. Su perfume embriagó mis sentidos. La llevé a cuestas al ambulatorio del centro, donde le curaron la herida de la rodilla al caer y se la vendaron."

"Me dio las gracias, y la acompañé a su casa. La dejé en el umbral."

"Estuve por pedirle su teléfono, por preguntarle su nombre o, incluso, por pedirle un vaso de agua para poder subir a su piso. Pero no lo hice".

"Cada día cerraba el bar con la esperanza de verla aparecer. Pero pasaron los días, las semanas... y no fue así. Mi alma lloraba cada noche que me iba a casa sin haberla visto."

" Pero una noche, cuando no quedaba en mi ni un rayo de esperanza..."

En ese momento, Olga hizo un sonido extraño.

Fue una mezcla entre un gemido y un intento por respirar.

Olga convulsionaba de forma violenta en su cama.

Traté de sujetarla mientras le gritaba a Daniel que corriese a por un médico.

Le aplicaron Stesolid 10 mg ( un anticonvulsivo) vía rectal, que la calmó.

Esto solo podía significar una cosa.

Ya no tenía preeclampsia.

Tenía eclampsia.

La bajaron en carrera, sedada e intubada, a paritorio.

Sería una cesárea de Urgencia.

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