lunes, 19 de agosto de 2013

Y la vida continúa...

En esta entrada voy a escribir una experiencia de la que vengo hace escasos minutos, referida a primer contrato profesional, que es en una residencia de ancianos asistida. En la siguiente volveré a la historia de Lorenzo.

Eran las 4:30 de la tarde, y mi móvil vibró. Tras desbloquearlo, vi el mensaje de la chica que estaba de tarde, que dictaba " Ya".

Me vestí a toda prisa, mientras llamaba a la residencia. 

piiiip.... piiiiiip......piiiiip......piiiiip....-sonaba el teléfono-

-¿Dígame?- Decía la voz de una de las auxiliares, entrecortada, mientras sorbía su nariz-

-"Soy Manu, el enfermero. ¿Ya ha pasado?"

-"Hola Manu. Sí, hemos estado con ella hasta el último momento"

-"Voy para allá".

No me puse ni las lentes. 

Cogí el coche, que más que eso parecía un horno, y volé hasta la entrada del edificio, donde casualmente había aparcamiento.

Me bajé, llamé, y al entrar les dije a las auxiliares que sentía que hubiesen pasado aquel mal rato. Me comentaron que la familia estaba ya arriba.

Subí en el ascensor, y encontré una imagen que quedará siempre grabada en lo más profundo de mi alma.

Una de mis residentes, de edad muy avanzada, en la cama, con la tez blanca como el nácar, con toques amarillos, que desataba sentimientos de fragilidad, de debilidad, arrugadita como una pasa, pero a la vez te hacía sentir ternura y lástima hacia ella. Hacía ya media hora del fatídico momento en el que su corazón había decidido no esforzarse más. Ya había trabajado suficiente.
Y, en sillas cercanas, su hijo, un hombre simpático (aunque serio) y que siempre había demostrado gran entereza ante la situación de últimos días de vida que sufría su progenitora, con un pañuelo, los ojos rojos y dolor en su ceño fruncido y suspiros,y su nieta, médica, con esos enormes y preciosos ojos  brillantes, tratando de evitar el desbordamiento de las lágrimas.

Les di mi pésame, y algunas palabras de apoyo.

Todo había ocurrido muy rápido.

Hacía cinco días, esta señora a la que va dedicado el post estaba bastante bien.

Yo seguía con mi trabajo, cuidar de 22 residentes como único sanitario del centro, que no es moco de pavo.

La señora tenía dos pequeñas úlceras cada una en un glúteo, que tras varios tratamientos para su cicatrización, estaba terminando de ceder ante la colagenasa, más conocida como iruxol, que ayuda en la restauración del tejido afecto sin destruir el sano.

La verdad es que me sacaba una sonrisa casi todos los días.

Una de las anécdotas que podría contar de ella era cuando empezaba con una retahíla sin sentido ( al menos para mi) en la que se llevaba varios minutos sin parar de decirla una y otra y otra vez más, casi siempre refiriéndose a sus figuras paternas. Y eso que no había tenido una vida fácil, ya que, además de quedarse viuda con cuarenta y muchos años, había sacado adelante a sus hermanos, ya que era huérfana desde una temprana edad.

Otra de las cosas que me sorprendían de ella, que desprendían ternura debido a su avanzada edad y, por supuesto, el arte que debía haber tenido en sus años pasados, era cuando le preguntabas "¿Cómo estas?" y dependiendo del día te contestaba "estoy malita", por ejemplo, con una cara de lástima que era como para comérsela a besos.

Y ya, si la veías con su muñeco negrito, al que acariciaba y acunaba... ya te daba algo.

Todavía sigo preguntándome si actuando de otra forma el resultado habría sido diferente. Aunque la verdad es que creo que su papel en este mundo había terminado, pero no por ello deja de ser menos duro.

El día siguiente a la cura anteriormente citada, me llamaron por teléfono a casa:

-" Hola Manu, soy de la residencia. "La señora" se ha puesto mal, con alta fiebre y dificultad respiratoria."

-" Vale, llamad al médico, que vaya y me contáis".

Después de largo rato:

-"Manu, dicen que puede ser de la escara que tiene en los glúteos, le han mandado un antibiótico".

" Muy bien - respondí - tengo una caja en el cuarto de enfermería hasta que saque otra nueva de la farmacia, dádle la primera toma y ya mañana continúo yo y lo preparo".

Eran cosas que pasaban, aunque la escara la dejé casi curada, así que era imposible que fuese de eso.

Al rato suena el teléfono de nuevo:

-"Hola de nuevo Manu, está peor, ¿Llamo de nuevo al doctor?"- Me preguntaron-.

-"Si, claro, llamádme con el diagnóstico".

Por supuesto, el mismo fue tajante. Isquemia con deviación izda por insuficiencia cardíaca.

Pero la nieta que nombré anteriormente me llamó para decirme que no, que el segundo diagnóstico era erróneo, y que creía que el correcto era el de la escara séptica. Y además me dio razones de peso para descartar la insf. Resp. Así que prescribió el antibiótico y puso las pautas.

Al día siguiente, nada más llegar, fui a verla. Pensé que de ese día no pasaría. Y cuando le vi la escara...

La definición gráfica es que se me cayeron los palos del sombrajo, porque hacía tiempo que no veía una placa necrótica. Y menos de una úlcera curada.

Tras aplicarle las curas correspondientes, y con el incondicional apoyo de su familia, (especialmente su nieta), los cambios posturales y el antibiótico, la escara mejoró.

Pero tras dos días de alegrías... vino un tercero de dolor.

Era domingo ( la verdad es que sus momentos peores coincidieron con jornadas libres por mi parte, ya que incluso el sábado fui a curarla) y me llamaron de que estaba azulada y no respiraba bien.

De nuevo el segundo diagnóstico.

Gracias a los mórficos y a la decisión espectativa familiar, ese día el siguiente, y el último los pasó de la manera más humana posible.

Nunca se sabe lo frágil que es una vida humana hasta los últimos momentos.

Con dificultad respiratoria y estuporosa pasó sus últimos momentos, consumiéndose como una vela bajo las llamaradas del juicio final.

Finalmente, su rostro, marcado y afilado, descansó, al igual que su maltrecho cuerpo, tras más de un siglo de vida.

Los ancianos son comparados con bibliotecas andantes, que llevan a cuestas todas las historias que han vivido y que le enriquecieron. Si la muerte de uno de estos es como la quema de todos esos libros que componen cada párrafo o minutos de la misma, el fenecimiento de esta ejemplar señora debe de ser como si la mismísima biblioteca Vaticana ardiese, dejando en la mente de los afortunados que leyeron algún ejemplar único en su recuerdo.

El féretro, tras la agonía de la burocracia ( que para mi gusto, sobra), abandonó la sala, en la urna para su descanso eterno.

Mientras volvía a casa en coche, y veía como el sol se iba escondiendo, no puede evitar pensar que, aunque es duro perder a tu primer paciente, totalmente bajo tu responsabilidad... la vida continúa, y el sol saldrá de nuevo mañana.








miércoles, 3 de julio de 2013

Lorenzo

Lorenzo era un niño de 3 años, pequeño para su edad, con los ojos grandes y castaños, un chupete marrón siempre en la boca, de esos antiguos y grandes, y, ataviado solo con un pañal, corría pasillo arriba y pasillo abajo más rápido que un galgo.

Mi primer contacto con él fue una mañana que fui a entregarle la medicación. 

Eran las 8:30 de la mañana.

Abrí la puerta de la forma más delicada posible, y me encontré a la que supuse que sería su madre despierta, acunando a su hijo entre sus brazos, con una mirada que era mezcla de ternura y dolor apabullantes.

Me quedé de piedra. No quería interrumpir un momento como aquel, pero, cuando me giré y me disponía a salir, noté como una manita me agarraba el pantalón. 

En la cama de al lado (ya que las habitaciones son compartidas) había una señora sentada, de unos 35 años, sonriendo a su hijo, que me agarraba con su diminuta manita.

El pequeño se quitó el chupete y me dijo "¿Y mis medecinas?" mientras ponía rostro de incredulidad y volvía a colocarse "el pipo".

Era Lorenzo, paciente que no llevaba yo ese día; pero eso si, desde ese momento, el pequeño conquistó mi corazón.

Ese mismo día me acerqué en los momentos en los que no tenía nada que hacer, para hablar con su madre, y que me hablase un poco de ella, de su familia, y de la dolencia del pequeño Lorenzo.

-" Somos de Jaen, tengo dos hijos más, que están con mi marido, mientras que yo estoy aquí con el pequeño de la familia. Tenemos una vida normal, yo soy limpiadora y mi marido está en paro, pero seguimos adelante, con la ayuda de mi madre".

Mientras hablábamos, Lorenzo  hacía  un "ruidillo" de succión muy gracioso con el chupete, como cuando uno tiene la boca seca y trata de que salive un poco la lengua, algo como "smash""smash""smash".

-"Lorenzo.. .Lorenzo nunca ha sido un chico sano. Enfermizo y frágil desde su nacimiento, ha sufrido desde catarros, hasta una gastritis hace 6 meses. Pero esto... esto ya es demasiado"- Se le rompió la voz, y su sonrisa se contrajo hasta un amargo puchero que no pudo disimular.

Detecté que se encontraba muy sola. Su marido tenía que cuidar de las niñas, no tenían medios para venirse, y ella llevaba todo el tiempo sola en el hospital, hablando sólo con médicos y enfermeras que cambiaban de turno y que no vería hasta la semana siguiente.

De repente, el pequeño Lorenzo se quitó el chupete, y dijo, con un hilito de voz " ya me duele la barriguitaaaaa"... se puso pálido... tremendamente pálido... se puso el chupete... y sonó frenéticamente:

"!!!!SMASHSMASHSMASHSMASHSMASHSMASHSMASHSMASHSMASHSMASHSMASHSMASHSMASHSMASHSMASHSMASHSMASHSMASHSMASHSMASHSMASHSMASHSMASH!!!!!!"




lunes, 1 de julio de 2013

Diario de un enfermero, 4ª parte

No olvidaré nunca aquella mañana de Primero de Abril.

Uno de mis peores presagios se cumplió: mi próximo lugar de prácticas sería el Hospital Infantil, servicio de Neurología/Nefrología, aunque por lo que ví a lo largo del periodo, sería servicio "cajón de sastre", ya que había siempre alguna cama para otras especialidades.

Nada más entrar en el servicio, me percaté de que el personal, aunque fantástico, no tenía en consideración a los alumnos, ya que al ser un lugar en el que los pacientes son tan frágiles, el ganarnos la confianza del equipo era un ardua tarea.

Pero eso no implica el que no nos pudiésemos relacionar con los "pequeños pacientes".

La verdad es que esperaba que fuese un servicio en el que los niños estuviesen todo el rato llorando, y que fuera más un lugar en el que te sintieses cohibido, sobrepasado por las situaciones.

Pero los niños, niños son, y la gran mayoría eran felices. FELICES.

Lo de los padres ya era otra cosa. Crispados de los nervios, dolidos, con expresiones de dolor como si un clavo ardiendo les desgarrase el alma... espero no saber nunca lo que es sentirse así.

Así conocí al pequeño Lorenzo; su madre, de Jaen, era un encanto, aunque tenía siempre grandes ojeras marcadas por la falta de sueño y por el dolor.

Yo sabía que era un paciente de neurología, ya que las habitaciones, según tu patología, van clasificadas por colores, y el blanco de la tarjeta lo delataba.

Todavía guardo un dibujo suyo, y recuerdo el sonido de su chupete.

Sobre todo en las crisis.

jueves, 27 de junio de 2013

Ley de vida

A los pocos días recibimos una llamada de Claudia, al teléfono de la consulta:

-"No sé que hacer con él, o toma la medicación y está todo el día dormido, o no toma nada y sus aullidos son insoportables".

Y al día siguiente:

-"Necesito que alguien me ayude, no sé que hacer, esto se me va de las manos y nadie me da solución".

Y al otro:

-"No puedo más, de verdad, no puedo más. NECESITO AYUDA".

Fuimos a su casa el jueves.

Claudia nos abrió la puerta y se echó a llorar.

Sus lamentos hacían que su cuerpo se estremeciese como si fuese a romperse, y, entre jadeos, nos dijo:

-"mi padre......  mi padre se muere....... y no se como ayudarlo....¡NO SE COMO AYUDARLO!"

Y con los ojos brillantes y la cara hinchada, susurró en un tono más que siniestro, rozando la locura:

-"Pero vosotros si que podéis, ¿Verdad?-

Silencio.

-"Tenéis que poder, tenéis que poder... ¡¡¡¡¡TENÉIS QUE PODER!!!!!

Yo estaba en estado de shock, no sabía cómo abordar el tema, me sentía impotente, tenía miedo...

Y mi enfermera me dió una lección.

Abrazó a Claudia, en silencio, mientras ella enjugaba sus últimas lágrimas en si hombro.

Entonces apareció Cayetano, quejándose del ruido y del hormigueo que tenía en las piernas desde hace algunos días, que le hacía sentirse torpe.

Mi gesto cambió.

Por supuesto eso solo podía significar una cosa.

El tumor de la base de la médula se había hecho tan grande que comprimía el nervio ciático, dificultando la transmisión de impulsos cada vez más, y con un claro pronóstico de parálisis de miembros inferiores a muy corto plazo.

Así que recomendamos que lo llevase al hospital, para que le hiciesen las pruebas pertinentes y ver que podía ser.

Una semana después nos llegó una llamada de Claudia.

-"Gracias por lo que habéis hecho por mi. Cayetano murió ayer. No creía que esto fuese tan rápido- todo entre sollozos- a veces no nos damos cuenta del tesoro que tenemos con vosotros, ni el gran apoyo que nos brindáis. Y nunca nadie va a creerse que un familiar suyo va a morir. Pero ahora lo sé y os lo agradezco, de corazón."

Claudia aprendió una valiosa y dolorosa lección.

La línea entre la vida y la muerte es muy estrecha. Y de lo único que tenemos verdadera certeza es que, si nacemos, tenemos que morir algún día. Pero nadie está preparado para morir.

Y menos para ver morir a los que uno quiere.





lunes, 17 de junio de 2013

Pacto y expectativas

Esa mañana sacamos en claro que Cayetano sabía cómo tomarse la medicación, que no tenía preocupaciones por el dolor que lo acosaba, y que vivía una difícil situación en casa de su hija.

Por un lado, Cayetano era una persona amable, tranquila y pacífica, que se contentaba con leer un buen libro y con escuchar el "transistor". Pero con su edad, ya le costaba fijar la mirada y no oía demasiado bien, por lo que padecía un déficit de actividades recreativas importante, lo que lo llevaba a pasearse por la casa, entre quejidos de dolor, maldecir las punzadas en la base de la espalda, y sentarse en la hamaca, a oscuras, que era la única forma de alivio que encontraba.
También le gustaba mucho comer, pero parece ser que el destino se cebó con su pobre persona, ya que padecía de diabetes, y su hija, debido al delicado estado de salud que atravesaba Cayetano, seguía la dieta casi a rajatablas, exceptuando una natilla o dos (que este adoraba) que podía sustraer de la nevera cuando nadie se fijaba.

Otro problema era que, por los dolores de la cintura y espalda, Cayetano no podía conciliar el sueño, a pesar de la fuerte medicación que se le proporcionaba. Así que de madrugada, lo único que le consolaba era sentarse en la hamaca y quejarse poco a poco, hasta que su hija se levantaba y le daba otra "pastillita azul", que es morfina, utilizada como "rescate" cuando uno no soporta más el dolor.

Claudia no podía más con la situación, no podía dormir de noche y de día no sabía que hacer.

Y lo peor era que sus hijos habían llegado al punto de asustarse.

" Mis hijos me dicen a veces "mamá, dile que se calle, por favor" con los ojos llenos de lágrimas y tapándose los oídos."

En la segunda visita, que realizamos conjuntamente con la Unidad de Paliativos, para ajustarle la medicación, destapamos otra declaración de Claudia impactante, que siempre he supuesto que era debido a que uno no sabe actuar frente a estas situaciones.

-" Creo que mi padre tiene medicación de más"- Decía, con una expresión confusa- " así que me gustaría que se la bajasen".

-Señora- comentaba la doctora de Paliativos- ante esta clase de casos tenemos que decidir entre dos factores; ¿Usted prefiere a su padre algo adormilado por la medicación, o con algo más de dolor?

-"Yo no quiero que tenga ni dolor ni que esté adormilado"

-"Eso no puede ser, Claudia"- Dijo mi enfermera-

-"¿Cómo no va a poder ser? ¡Que la ciencia a avanzado ya mucho para que hagáis bien las cosas, por Dios!- exclamó, ya sin paciencia- pero si tuviese que elegir, prefiero que pase algo más de dolor, lo que no puedo es tener un zombie que no se cambia ni el pañal"

Se hizo el silencio.

Obviamente, Claudia estaba sobrepasada por la situación.

Le dimos las pautas que creímos oportunas, a pesar de que ella estaba en contra.

Sabíamos que no las iba a cumplir, pero no podíamos hacer otra cosa, aparte de un pequeño acuerdo al que llegamos con ella.

Cuando se dan unas recomendaciones, el que debe o no cumplirlas es el paciente.

Porque, ni somos Dioses, ni la ciencia es magia, ni, por supuesto, podemos estar en una casa 24H.

sábado, 15 de junio de 2013

Cayetano

Cayetano era un señor de ya avanzada edad, que vivía con su hija, el marido de ésta y sus dos nietos.

Era, como la mayoría de los ancianos, un hombre lo suficientemente joven como para estar en sus cabales sin casi ningún tipo de limitación, pero lo suficientemente mayor como para hacer lo que le venía en gana, sin pensar en consecuencias, y siempre con la respuesta de " para dos telediarios que me quedan, no voy a dejar de..." y cualquier tipo de cosa al final de la frase.

En el centro, teníamos constancia de que había que ir a su casa a valorarlo, y a ver qué podíamos hacer para que estuviese mejor en sus últimos días, ya que estaba activado como "cuidados paliativos", que son la clase de cuidados que se prestan a personas para que mantengan la mejor calidad de vida hasta el momento de su muerte, pero sin expectativas de cura.

Los escalones de su bloque de piso sólo permitían el paso de una persona a la vez, así que me encaminé detrás de mi enfermera hacia el tercer piso.

A medida que subíamos, el aire parecía enrarecerse más.

Tenía la nuca como una piedra, de la tensión acumulada.

Era la primera vez que me enfrentaba a un caso de estos desde lo de mi amiga de oncología.

Cada escalón que subía, hacía que retumbase en mi cabeza "Estrella" "Estrella" "Estrella" "Estrella" ......

llegamos a un descansillo, en la que contrastaban la alfombrilla del suelo con la frase de "Sean Bienvenidos" con el oscuro pasillo.

Y con la cara de Claudia, su hija, que nos abrió como muerta en vida, con dos ojeras que le llegaban casi a los pómulos y con un tono lóbrego diciendo "pasen, por favor..."

Fuimos la habitación de Cayetano.

Y nos encontramos a un anciano, sentado en una especie de hamaca, con una gentil sonrisa y unos ojos que aventuraban esperanza. Podría ser el abuelo de cualquiera de nosotros.

Se me rompió el corazón cuando su hija nos explicó que él no sabía que tenía. Le tenían dicho que le costaba andar y le dolía toda la espalda porque tenía una vértebra rota.

Y lo que tenía eran varios tumores vertebrales primarios, diseminados en estómago y probablemente, por el suave tono ictérico de su piel, en hígado.

Y nosotros, los sanitarios, si la familia ha decidido que no quieren que el paciente sepa nada, no podemos contárselo, a no ser que nos pregunte directamente él.

Y no lo hizo, en ninguna de las visitas.

Su única preocupación era que su hija le vetaba las natillas porque era diabético.

Pero es que Claudia, a pesar de lo que los médicos le dijeron, no esperaba que su padre muriese.

Ni cuando se lo dijimos nosotros.

Pero el tiempo, por desgracia, nos dio la razón.






jueves, 13 de junio de 2013

Diario de un enfermero, 3ª parte

Tras mi segundo periodo de prácticas, me adentré en un nuevo mundo que está tremendamente infravalorado.

Me enviaron a Mairena del Aljarafe, al Centro de Salud.

Como todos, yo pensaba eso de " los enfermeros del centro de salud no hacen nada" o " voy a sacar sangre y tres cosas más" o incluso " no voy a aprender nada".

En cuanto a mi madurez como profesional, allí alcancé el primer paso para convertirme en lo que hoy soy. 
Y es porque allí, el responsable de todo es uno mismo.
Pensaréis que en el hospital también.
Claro que si, pero... no con tal grado de independencia, es otro mundo.
Creo que todos esperabais más anécdotas espectaculares de hospital.  Las habrá, por supuesto.
Pero en los centros de salud he vivido muchas cosas también, muchas de ellas impresionantes.

Recuerdo cuando llegué allí. Fue un cambio totalmente inesperado.

Ya más nervioso que asustado, me asignaron a una enfermera fantástica, que me enseñó muchísimas cosas, pero, sobre todo, me enseñó a preocuparme por el otro, a escucharlo, y a actuar con decisión y con la mente fría; cosas imprescindibles para el enfermero, y para el ser humano que se precie.

Mi concepción sobre el trabajo en el lugar fue cambiando con los días, con el esfuerzo de las 8 horas sin parar que acometíamos a diario, y pasé de pensar en que iba a aburrirme, a pensar que había infravalorado (como todos) el trabajo que allí se realiza, he incluso más de un día, y entre dos, nos veíamos tan superados por el trabajo que no podíamos ni desayunar.

Uno de los cometidos más destacados de la enfermera comunitaria son las visitas domiciliarias.

Él vivía con su familia en un piso, sin ascensor, mal adaptado para sus necesidades.

Lo que antes era un rocoso cuerpo joven y adusto, pasó a ser un cuerpo delgado, frágil y quebradizo, ya que los años pasan factura.

Pero no todos tenemos una enfermedad en estado terminal, ni problemas familiares sin resolver.

Maldito cáncer, tú que tantas vidas te cobras.


martes, 11 de junio de 2013

Lágrimas y sonrisas

Corrimos escaleras abajo mientras Olga descendía con el equipo por el ascensor.

Como sería cesárea, Daniel no podía entrar, así que me quedé fuera para estar con él.

Sus ojos estaban vacíos, fruto del shock que acababa de sufrir.

Sus cejaas, más fruncidas que nunca, parecían unirse, y en su boca tenía una mueca arqueada.

Después de un rato en silencio, me empezó a hablar:

" Hasta que un día vino a verme cerrar."

"Lo curioso es que no recordaba nada de mi."

"Al día siguiente, al levantarse de su cama, le dio una punzada la rodilla, y entonces recordó vagamente que se había caído y que le habían acompañado al centro de salud y a su casa."

"Fue al centro de salud, donde le dieron una descripción física mía, pero no daba conmigo."

"Y entonces, al cabo de los días, una de sus amigas le comentó que su madre, que vivía cerca del ambulatorio la había visto con Daniel, el del bar."

" Cayó en cuenta, horrorizada, que un vulgar tabernero la había ayudado. Se sentía mal, sucia."

"Pero con el paso del tiempo, y los problemas en el seno de su familia, por la quiebra de la empresa familiar, le hicieron ver que quizás no fuese tan malo que un señor de clase baja la hubiese ayudado"

"Cada día pensaba más en mi, hasta que se decidió venir a verme".

-"¡Hola!, Tú eres Daniel, ¿verdad?"- Dijo, con algo de miedo.
-"Si, y tu Olga, la chica a la que ayudé hace unas semanas"-

El silencio se hizo durante el tiempo en que tardó en cerrar la verja.

-"¿Quieres tomar una copa?-dijo Daniel, esperanzado.
-"No estaría mal, siempre y cuando no se entere nadie.- Repuso Olga."

Una copa llevó a dos, y a tres... y a su primer beso.

Eran tan diferentes... pero a la vez tan iguales...

Rompió a llorar, destrozado.

" No se que voy a hacer si le ocurre algo a mi Olga, la quiero tanto..."

Y se abrió la puerta del paritorio.

Salió un doctor:

"La operación ha sido compleja. Tenía la tensión muy alta y ha perdido mucha sangre, a pesar del coagulador".



"Pero se recuperará, y su precioso niño también"

Un escalofrío cruzó mi espina dorsal hasta la nuca, erizándome todo el vello del cuerpo.

Fue una sensación increíble.

Daniel, se derrumbó de rodillas, con una sonrisa de oreja a oreja, y con abundantes lágrimas cayendo en cascada.

Me abrazó, y me dio las gracias.

Le dije que yo no había hecho nada.

Y me respondió que había hecho mucho más de lo que imaginaba.

Hoy día, Daniel y Olga son amigos míos, los tengo en las redes sociales, y conversamos de vez en cuando.

Me hincha de satisfacción el ver, en sus fotos, crecer a su pequeño, ya que yo también formo parte de su historia.

lunes, 10 de junio de 2013

No puedo gritar

Como ya se olía en el equipo, la noticia cayó como un jarro de agua fría sobre Olga y Daniel.
No se lo querían creer, aunque es admitían que el estado general de ella había empeorado rápidamente.

Daniel pasaba los ratos paseando por la habitación, por los pasillos, comiendose las uñas como si no hubiese mañana; y contándome su historia con Olga:

" Tras cruzarse nuestras miradas, como si del destino se tratase, a Olga se le partió un tacón, y fui corriendo a ayudarla a levantarse."

"Con voz ebria, me dijo que la dejase, que podía levantarse sola, que era un estúpido por acercarme. Todo ello con lágrimas en los ojos, casi gritando. Hizo el amago de levantarse, pero le dolía la pierna."

"En contra de su voluntad, la cogí en brazos. Su perfume embriagó mis sentidos. La llevé a cuestas al ambulatorio del centro, donde le curaron la herida de la rodilla al caer y se la vendaron."

"Me dio las gracias, y la acompañé a su casa. La dejé en el umbral."

"Estuve por pedirle su teléfono, por preguntarle su nombre o, incluso, por pedirle un vaso de agua para poder subir a su piso. Pero no lo hice".

"Cada día cerraba el bar con la esperanza de verla aparecer. Pero pasaron los días, las semanas... y no fue así. Mi alma lloraba cada noche que me iba a casa sin haberla visto."

" Pero una noche, cuando no quedaba en mi ni un rayo de esperanza..."

En ese momento, Olga hizo un sonido extraño.

Fue una mezcla entre un gemido y un intento por respirar.

Olga convulsionaba de forma violenta en su cama.

Traté de sujetarla mientras le gritaba a Daniel que corriese a por un médico.

Le aplicaron Stesolid 10 mg ( un anticonvulsivo) vía rectal, que la calmó.

Esto solo podía significar una cosa.

Ya no tenía preeclampsia.

Tenía eclampsia.

La bajaron en carrera, sedada e intubada, a paritorio.

Sería una cesárea de Urgencia.

domingo, 9 de junio de 2013

Olga

Olga tenía 29 años y provenía de una familia adinerada caída en desgracia, por lo que no se podían costear la sanidad privada. Era una chica remilgada, tranquila y con ese toque que tiene la clase alta de la sociedad; de desdén, me refiero; su cabello estaba besado por el fuego, ardía rojo, recogido siempre en una coleta pulcramente ordenada.

Su marido, sin embargo, era todo lo contrario; dueño de un bar ( del que su esposa no se enorgullecía), parecía un hombre trabajador y entregado, un manojo de nervios, con mirada de decisión y un deje de preocupación en las cejas, casi siempre fruncidas; aunque se le veía que no era su estado habitual, ya que, cuando hablabas con él, demostraba tener esas "habilidades sociales" que destacan en los taberneros andaluces.

Un día le pregunté, sorprendido, que cómo un tipo como él podía estar con una señora como aquella ( de forma más sutil, y siempre refiriéndome a carácter):

" Aún lo recuerdo como si fuese ayer; Olga era la típica chica con dinero que, ni por asomo, se habría fijado en un tipo como yo. Nunca entró en mi bar, que es más tasca que mesón, antes de que nos conociésemos,  y nunca lo habría hecho."

"Recuerdo la primera vez que la vi. Estaba cerrando el bar cuando pasó por delante de él. Su rostro, blanco y suave como el algodón, acompañado de su pelo rojo... y esos ojos verde claros... me dejaron sin aliento.
Nuestra mirada se cruzó un instante. Desde entonces la amo más que a nadie en este mundo."

Nunca he visto un hombre más enamorado que Daniel por Olga. Me lo contaba todo con tanta pasión, con tanto cariño... con ese brillo en los ojos... 

Quería que siguiese contándome, pero los quehaceres de la planta me reclamaban, y dejamos la conversación para más adelante.

Al poco tiempo, Olga llamó por el telefonillo a el control, porque se encontraba mal.

Fuimos a la habitación.

Nos contó que veía puntos negros en movimiento, como si fuesen moscas, que la cabeza le iba a estallar y que le dolía la nuca.

Le tomé la tensión. 200/120 mmHg.

Una bestialidad, cuando a partir de 140/90 mmHg ya es alta.

Corriendo le administramos dos pastillas de adalat ( un antihipertensivo), una sublingual y otro oral.

Volvimos al control, donde el doctor estaba esperándonos para decirnos los resultados de la prueba de proteinuria de Olga, para ver que actuación tomábamos en conjunto.

Tenía casi 6g/ 24H.

Era preeclampsia grave, lo cual solo daba una solución:

La cesárea sería programada para 2 días después.


sábado, 8 de junio de 2013

Diario de un enfermero, 2ª parte, 3º Capítulo

Para terminar de contaros mis andanzas por patología del embarazo, hablaré de un caso más.

A finales del periodo de prácticas, cuando me quedaba un mes más o menos, ingresó un caso muy común de patología del embarazo; una paciente con la TA bastante alta y con la proteinuria por las nubes (proteínas en orina).

Estos dos factores dan como resultado una peligrosa enfermedad:

La preeclampsia.

Esa mañana, pasé a hacerle la valoración enfermera, y no tenía nada extraño, tan solo el diagnóstico de preeclampsia, así que le dejé un bote grande, en el que tenía que orinar durante todo el día para ver el nivel de proteínas que desechaba, y poder determinar de que grado era la misma.

Era la típica mujer que encajaba en el perfil de la enfermedad; joven, primer embarazo,35 semanas de gestación, edemas en los pies...

Y la pobre andaba bastante preocupada por ello, había leido por internet lo que la enfermedad podía acarrear y en lo que podía evolucionar.

Yo le dije que no le diese mucha importancia, que era una enfermedad común en la embarazada, y que antes de que evolucionase se inducía el parto, o se hacía una cesárea.

Esto último la horrorizó todavía más.

Pero es lo que solía hacer.

Lo que yo no sabía era la mala suerte que iba a tener. Ya había visto esa enfermedad durante más de tres meses, y no era más que un poco de hipertensión.

O eso creía yo.


jueves, 6 de junio de 2013

Entrada especial 1000 visitas!

Llovía a cántaros.

Caían chuzos de punta.

Eva se dirigía al trabajo

Era demasiado temprano para ser de día, demasiado tarde para ser de noche.

El limpiaparabrisas estaba trabajando a destajo, pero no podía con el mar que se formaba en la luna.

Iba tarde, apenas se había peinado.

Cogió un segundo el bolso, para buscar una cajetilla de LM y fumarse un cigarrillo, que la relajaría.


¡CRAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAASH!


A las 8:00 entró por la puerta de urgencias.

Eva, mujer de 38 años, colisión frontal por salida del arcén. Estado crítico.

Su novio, Dario, se enteró a mediados de mañana.

Como una exhalación, entró en la UCI de trauma, con el rostro desencajado

"¿Cómo está mi Eva?"

La respuesta no fue muy alentadora.

Su rostro era un amasijo de cortes y rasguños, por no decir que estaba tan hinchada como un pez globo.

Pasaron dos días, y no mejoraba.

El problema era que no sabían porqué tenía taquicardias, ni porqué de la dificultad respiratoria.

Pensaron en síndrome de aplastamiento... pero lo descartaron muy pronto. Ya habían pasado más de 2 días.

Entonces se nos ocurrió que podría ser que la señora fuese alcohólica, o drogodependiente, y fuese el mono.

Darío lo negaba. No nos dejaba administrar el tratamiento. Pero conseguimos apoyo por parte de la madre.

Tras administrar el tratamiento, Eva mejoró.

Dario estaba hecho polvo, no se creía que Eva nunca le hubiese hablado de sus problemas con el alcohol.

Alarmas.

Parada. Fibrilación auricular. RCP. 30/2 30/2. DESCARGA.

Estaba de vuelta. Le achacaron la culpa al tratamiento para el alcoholismo...

Pero y si... ¿Eva estaba tomando antidepresivos?

"Por Dios, ¿me ponen a mi novia de borracha y, ahora, de depresiva?"

Conseguimos de nuevo apoyo por parte de la madre, para el tratamiento.

De nuevo mejoró.

Pasaban los días, y llegó el momento de retirar la sedación.

Eva despertó.

" Eva, mi vida, estás bien"-dijo Darío, y fue a besarla.

Eva le apartó el rostro, y lo miró con horror.

Empezó a moverse como una fiera, y hubo que sedarla de nuevo.

Darío lloraba y lloraba. No sabía que ocurría. Eran felices, buscaban un hijo...

Eva volvió a pararse esa noche.

Taquicardia ventricular sin pulso. RCP. 30/2 30/2. DESCARGA. 30/2 30/2. DESCARGA.

Esta vez costó más.

Y entonces un haz de luz me iluminó.

La señira había abortado recientemente, o en una clínica clandestina o sola.

Tenía una sepsis por mal legrado.

Darío se fue.

Era ya más de lo que podía soportar.

Pero cuando llegaba a la puerta, se arrepintió, y volvió corriendo a la habitación.

La madre de Eva estaba llorando.

Dando lamentos.

Gritando.

Había muchos doctores.

Dario se derrumbó sobre sus rodillas.

Pero parecía que Eva estaba bien... ¡Estaba despierta!

Pero entonces que...

"Lo sentimos mucho"

Darío no entendía

"Hubo un fallo de identificación".

"Que me están..."

"Estaba tan deformada que no la reconocimos, pero nos lo ha dicho ahora"

"Nunca se duda de las identificaciones que vienen dadas desde la ambulancia"

"Esta chica no es Eva... es la conductora del otro coche accidentado"

Llevaba 5 días enterrada



miércoles, 5 de junio de 2013

Gotas de rocío

Regueros de sangre corrían entre los muslos de Flora.
Finas líneas de tinta roja que dibujaban en ellas dolor y desesperación.
Su mirada era una mezcla entre pánico, confusión y enfado.
Se mordía la lengua.

A pesar del corticoesteroide que se administra para acelerar la madurez pulmonar... nunca un bebé prematuro ha sobrevivido a menos de 25 semanas de gestación.
Y no llegaba a la 20.

Las contracciones seguían.
Cada 10 minutos...

cada 8...

cada 6...

Y... al final desaparecieron.

El alivio en la sala era palpable.
Pero no para mi, ni para Flora.
Estábamos asustados.
Le había faltado muy poco.

Le recetaron que el resto de embarazo tenía que estar en reposo absoluto, algo que no soportaba.
Pero así siguió la semana 20.
Poco a poco iba recuperando el buen humor, y agradecía el seguir adelante con ello.

Pero, casi sin esperarlo...

Cumplía ese día la semana 21.

Yo subí a la planta, y cuando estaba tomando las tensiones...

Escuché uno de los más horripilantes gritos que jamás he oído.

Corriendo, llegamos varios a la habitación de Flora.

La visión general de la habitación era que no había nadie allí... a no ser...

Abrí muy despacio la puerta del baño.

La sangre se filtraba por debajo de la puerta.

Allí, Flora, tenía lo que parecía un cuerpo ensangrentado en las manos.

Al ir al baño a orinar, desatendiendo a nuestro consejo de reposo total, Flora había abortado.

Su bebé, a medio formar, había caído en el inodoro, y, aunque no podría haber sobrevivido igualmente por la falta de madurez pulmonar, habría fallecido por el impacto.

Nunca volví a saber de Flora.

Sólo recuerdo que sus lágrimas parecían gotas de rocío que resbalaban por sus mejillas.


martes, 4 de junio de 2013

Dolor, tanto en el alma... como en lo físico

Flora llegó a la semana 19 con un pequeño cambio de actitud con respecto a su humor.
Llevaba veinte días ingresada, casi sin salir de su habitación; se encontraba algo irritable, y el gesto simpático que la caracterizaba desapareció por completo, por no decir nada de su innegable buen humor, que era ahora el de un ogro que no comía en meses.

Pero, como dicta el credo de nuestro profesión, yo la comprendía. O, al menos, lo intentaba.
Le daba palabras de ánimo, pasaba bastante rato con ella, y si necesitaba cualquier cosa, allí estaba yo para proporcionársela.

Una mañana, cuando llegué a las 7:50 a la planta, y tras mi redada en busca de las tensiones de la mañana, oí cierto revuelo que provenía de su habitación; en el control me comentaron que Flora tenía visita.

Como una exhalación, ví salir, voz en grito, a una chica de unos 30 años de la habitación. Me acerqué para preguntarle a Flora que había ocurrido.

"Era mi hermana"- me dijo, con la cara roja de la discusión.

"¡Ah, que bien!"-le comenté-"¿Pero entonces porqué discutíais, después de tanto sin veros?"

"Solo venía porque este mes no había pagado la cuota del centro de mi madre".

La verdad es que en ese momento no supe como reaccionar, se me cayeron los palos del sombrajo.

Así que la abracé.

Y ella gritó.

Me asusté mucho, le pregunté que qué ocurría, y que lo sentía mucho si le había hecho daño.

"¡Calla! ¡tengo contracciones!"

Era una noticia horrible.

Corriendo, llamé al tocólogo (médico especializado en útero lleno, a diferencia del ginecólogo que es de útero vacío), y le intentaron retener el parto, ya que hasta varias semanas después, no tendría la maduración pulmonar completa, lo cual significaba que parir en ese momento...

Significaría la muerte de su niña, por la que estaba luchando tanto.

lunes, 3 de junio de 2013

Flora

Flora ( apodada así por la diosa romana de la primavera y el nacimiento), era un chica de 35 años, y, como dije anteriormente, se quedó en cinta por inseminación artificial.

Su vida no había sido un camino de rosas, había sido más bien un camino de espinas;

Desde pequeña, tuvo que lidiar con la difícil situación que tenía en su casa; su padre, alcohólico, abandonó el hogar cuando tan solo tenía 10 años de edad, y su madre cayó en una depresión, con evolución de pensamiento paranoide y consecuente esquizofrenia. También tenía dos hermanas menores que ella, de las que se encargó hasta que las tres abandonaron el domicilio familiar; la relación con su madre se fue deteriorando, debido a que no sabían como tratarla, lo cual provocó múltiples conflictos entre las tres, hasta el punto de que Flora no le había dicho a ninguna que estaba embarazada.
Llevaron a su madre a una "casa-hogar" que pagaban en convenio las tres, aunque llevaban años sin hablarse.

Flora estudió derecho, y es un reputada abogada de un bufete sevillano, especializado en derecho fiscal.

Pero llegado a este momento de su vida, soltera, con 35 años, y casi que sin familia, decidió quedarse embarazada, pero, ¿Cómo?

Pues con la inseminación artificial.

Flora me comentaba que era la tercera vez que se inseminaba en los últimos meses.

Parecía que le daba vergüenza contármelo, y ponía como excusa (que yo no le pedía):

"Manuel, tengo mucho amor que dar, y he llegado a un momento de mi vida que me da igual lo que piensen los demás"- siendo paradójico que se pusiese colorada al decirlo- " se que es una locura, y que incluso mi puesto de trabajo peligra, pero necesitaba algo como esto."

Le pregunté un poco por sus recuerdos de familia, por su padre, para detectar sus preocupaciones por el hecho de ser madre soltera.

"Mi padre pegaba a mi madre, entiendo que se haya vuelto loca. No necesito a mi lado un hombre que vaya a hacer daño a mi bebé, ni a mi. No me preocupa criarla sola."

Ese mismo día tuvo una ecografía vaginal y un ultrasonido.

En la semana 18 ( tras dos semanas de ingreso) llegó radiante a la habitación.

Había tenido una ecografía vaginal y un ultrasonido.

"¡Manuel, va a ser niña!" me dijo.

Tan radiante y con ese brillo de ilusión en sus ojos.

Y con esa característico gesto maternal en el que una futura mamá rodea su abdomen con las manos.

Pobre. A partir de ahí fue todo de mal en peor.

domingo, 2 de junio de 2013

Diario de un enfermero, 2ª parte, 2º capítulo

Otra de las experiencias que viví en ese habítáculo denominado "patología del embarazo" ocurrió de forma semi-simultánea al periodo de Dana.

Era una mañana tranquila en el servicio, y yo, ya adaptado a la dinámica de trabajo del mismo, estaba con los quehaceres de la mañana.

Tras el desayuno, me dijeron que había ingresado una nueva paciente, a la cual me dirigí para realizar la valoración enfermera. que se centra en la persona de manera holística, acaparando los factores de los hábitos (tanto saludables como no saludables), alergias, autoconcepto e incluso creencias, para saber como actuar ante una persona y cumplir sus preferencias, y para establecer un plan de cuidados acorde a sus necesidades integrales.

Le hice las preguntas pertinentes para saber todo de ella:

No alergias medicamentosas

No alcohol, tabaco o drogas

No úlceras, ni desequilibrio alimenticio

No problemas de estreñimiento ni urinarios

No problemas para dormir

No problemas de autoconcepto, ni de ansiedad

Embarazada de 4 meses

No valores ni creencias especiales (cristiana no practicante)

Entonces le pregunté que, si todo estaba bien, cual era el problema.

Me dijo que era una inseminación artificial, y que la diagnosticaron de amenaza de parto prematuro.

Ese día poco más pude tratar con ella, pero debido a su carácter grácil y agradable, pasé mucho tiempo con ella, e hice cierta amistad, ya que era de las pocas pacientes que miraban el futuro con optimismo en vez de forma negativa.

Y más teniendo a Dana en una de las habitaciones siguientes, lo cual era un alivio y una vía de escape para seguir adelante.

Pero, desgraciadamente, el optimismo, aunque es una buena forma de llevar la vida, no lo soluciona todo.

Y este es uno de esos casos.




viernes, 31 de mayo de 2013

Y Dana...

Y Dana...

Su marido, despeinado y a medio vestir, llegó a la puerta de paritorio, pero debido a las complicaciones, no podía entrar, ni recibir información

Y Dana...

La situación, dentro de la sala, seguía siendo una locura, mientras cubrían al neonato fallecido y preparaban al otro para la incubadora.

Y Dana...

El padre, en un amago de desmayo, consiguió abrirse paso hasta la sala.

Y Dana...

Si, Dana estaba viva. Pero no en buen estado precisamente. No estaba reactiva.

En ese momento sufrió una parada cardíaca.

Sólo oía aullidos del marido, aullidos de desesperación, mientras el guardia de seguridad tiraba de él para sacarlo de la sala.

Médicos intubando, dando masaje cardíaco... desfibrilando.

Y Dana...

Salió de la parada.

Pero, como dije anteriormente, a veces la naturaleza es sabia.

Dana sufrió un embolismo del líquido amniótico, es decir, una entrada del líquido amniótico en el sistema circulatorio, que va a los pulmones provocando un colapso de los mismos, y una posterior parada cardíaca.

Estuvo sin oxígeno 6 minutos.

Quedó en estado horrible. Totalmente anquilosada, con posteriores operaciones cardíacas, y con la mirada perdida. Tan solo producía sonidos guturales.

Pero lo peor de la situación, también, fue su marido.

Padre de dos niños, con uno fallecido en el parto.

Y con su esposa en estado vegetativo.

Estuvo en shock cuando se lo contamos todo. Creo que fue peor que si hubiese gritado, que si hubiese golpeado a alguien o que si se hubiese dado un tiro.

Tan solo puso la mirada perdida, y dijo, mientras varias lágrimas gruesas se resbalaban por sus mejillas:

"¿Que voy a hacer ahora con mi vida?, Salimos de casa con un hijo, esperando dos más, y no sólo me vuelvo con uno, sino que mi mujer... Oh, Dios, mi Dana..."

No lo pude soportar más y lo abracé, mientras lloraba con él en silencio.

Dana me enseñó que, muchas veces, es mejor no intentar las cosas hasta la extenuación, sobre todo cuando de salud se trata. Ellos sabían los riesgos y los corrieron, normalmente todo no sale tan mal.

Casi nunca sale tan mal.

El embolismo de líquido amniótico suele producirse, de media, en menos de 10 mujeres por cada 100.000 parturientas, pero las estadísticas se cumplen, y le tocó a ella.

Gracias Dana, por darme esta lección de vida. Seguramente seguirás viva, y espero que tu marido haya sabido llevar adelante la casa sin ti ( aunque estés), y que tu niño este sano.

Y, por supuesto, que Dana, tu hija que salió bien del parto, también.


jueves, 30 de mayo de 2013

Alarma y Parto

La mañana era clara y preciosa, con una suave aureola rosada cuando llegaba al hospital.

Esa mañana veía las cosas de otro modo, de forma más positiva y recuerdo, mi alegría era contagiosa.

Nadie me previno para lo que a continuación vendría.

Al subir las escaleras, y con una sonrisa de oreja a oreja, saludé al equipo, y me dispuse a tomar la tensión de las 8 de la mañana; como no quería perder de pronto el remanso de felicidad en el que me encontraba, decidí dejar la habitación de Dana para el final.

Esa mañana no había llegado aún su marido.

Abrí la puerta lentamente, para no despertarla, y me acerqué.

Cogí el manguito de la tensión ( aunque la tensión la tenía yo por dentro) y me puse a escuchar.

Me daba 50/30 mmHG, cuando a partir de 90/60 es baja.

Creí que me confundía, así que volví a hacerlo.

No había fallo.

90/80/70/60/50 (pum-púm...pum-púm....)30....

Encendí la luz.

Dana estaba bañada en un charco de sangre, inconsciente, más pálida que nunca.

Lo recuerdo como si fuese todo en cámara lenta, sin sonido.

Salí corriendo a avisar y nos la llevamos a paritorio, donde me enteré que según la legislatura española, durante un parto complicado el bebé tiene preferencia de salvarse, por delante de la madre.

Solo veía sangre, y gente corriendo de un lado para otro, poniéndole bolsas de transfusiones.

Y una matrona.

Era una escena escalofriante, me sentía invisible en medio de la multitud, pero nadie me dijo que me fuese.

Parecía que tenía que ser un parto instrumentado, ya que la madre no podía apenas empujar. Bastante tenía con mantenerse viva.

Cogieron las ventosas y los fórceps. Lo único que se veía era un señor montado en la barriga de Dana, empujando hacia abajo, y la tocóloga ( ya que en los partos instrumentados no pueden intervenir matronas), tirando como una descosida de la ventosa. 
Al parecer los partos complicados son así, ya que ví más durante dicho periodo, pero al principio choca.

Se veía la cianótica cabeza del primer niño, deformada como un pepino de las ventosas. 

Salió bien, el llanto de la criatura llenó la sala.

Fue un momento muy especial, los ojos me escocían por aguantar las lágrimas.

El segundo estaba saliendo.

La tocóloga gritaba que se preparasen, que venía con "collar" de la menos dos vueltas.

Salió del todo, y pude comprobar con horror que "collar" significa que el cordón umbilical se le había enrollado en torno al cuello, y que, aunque lo intentaron hasta la extremaución...

El niño había muerto.

Y el marido de Dana no llegaba.

Y Dana.... 


Evolución de estadío

Los días fueron pasando, y yo continuaba entrando en la habitación, tomándole la tensión, e intentando hablar con ella... pero parecía que no me oía, y la verdad, es que yo tampoco le ponía demasiado ímpetu;
El horror de su situación impedía que quisiese contestar las preguntas de un niño de 19 años.

Su marido, con el que fui trabando amistad, me comentaba que, cuando podía, iba a ver a su hijo, el cual estaba viviendo con sus abuelos de momento, ya que eran de un pueblo a casi una hora de camino.

Lo estaba pasando realmente mal, preguntaba por su madre, y, como es normal, un niño de 3 años no entiende que su madre tiene que estar en el hospital;

También me contó que, cuando ingresó Dana, esta intentaba sobreponerse a la situación, pero desde que al 6º mes le tuvieron que hacer un cerclaje, que es darle un punto en el cuello del útero porque está ensanchado y, aún sin moverse, podía abortar, todo fue de mal en peor.

Dana no comía; era un esqueleto con barriga;

Uno de los pocos sonidos que recuerdo de ella fue la mañana en la que le tuvimos que poner una sonda nasogástrica para alimentarla, porque llevaba días sin probar bocado;

El sonido de sus arcadas se me metió en los sentidos.

Pero no se movió ni un ápice; estoy seguro de que si hubiese venido con un hierro al rojo vivo y se lo hubiese colocado en su delicada piel habría gritado, pero no se habría movido.

Y si las cosas no estaban ya mal, cuando llevaba casi 8 meses de ingreso le dijeron que los niños estaban en un oligoamnio, es decir, que el líquido de las bolsa era muy muy escaso, lo que podía significar, entre otras cosas, que el resto de embarazo sería peligroso y que el parto sería duro.

Dana no se inmutaba, y me daba coraje, parecía que no sentía nada, y la situación era bien grave

Poco a poco se acercaba el momento del parto, y día a día la cara de Dana estaba más pálida, sus ojeras eran más marcadas y su visión estaba más perdida.

Le pregunté a su marido que porqué seguía a su lado cuando ella parecía casi no reconocerlo, no le echaba cuenta, y tenía un hijo en casa de sus padres sin entender nada;

Me dijo que porque él si sabía quien era ella; la mujer de su vida.

Y tenía que ser cierto, porque hay que querer mucho a una persona para no derrumbarse y estar en una habitación sin hablar con ella días y días;

De su boca solo salían palabras de cariño y apoyo.

De la de ella, cuanto más, un gemido.

Y aún, a día de hoy, no se expresar la impotencia que sentía al verlos, lo único que podía hacer era esperar...

Y el día del parto llegó.

Y descubrí lo sabia que es a veces la naturaleza.



miércoles, 29 de mayo de 2013

Dana

Dana era una señora de 29 años, con un diagnóstico de amenaza de parto prematuro.
Es decir, que al menor movimiento, indicio o problema, podía ponerse de parto.
Estaba de 7 meses, pero llevaba ingresada desde el 5 mes.

Nadie, ni yo mismo, puede suponer lo que es estar dos meses ingresada y agradecer, a Dios y a todo en lo que uno crea por llevar 60 días, que son 3.600 horas, en una habitación, cerrada, oscura, asfixiante... con miedo siquiera a respirar. Esa angustia por la necesidad de arquear la espalda; esa angustia por esperar a que te cambien con todo el cuidado del mundo un pañal, que te hace sentir degradada, para no moverte hasta el baño; 

La enorme vergüenza reflejada en su rostro el primer día que ayudé a bañarla martirizaba mi conciencia, y todo por aprender a mover a una persona en bloque que debe estar lo más quieta posible

Comprendo que me mirase con odio, con dolor y con tristeza, con amargor y con enfado... lo que nunca podré olvidar es cuando me miraba con miedo, con terror, con pavor, como si yo fuese su ejecutor, como si yo fuese el que le iba a quitar a sus niños.

Si, sus niños; era un parto gemelar.

Su marido, con el que crucé alguna palabra, me lo contó todo;

Dana era una chica preciosa, con la piel morena bañada por el sol, feliz y fulgurante, con ganas de vivir;

Con toda la ilusión del mundo, se casaron, y a los pocos meses de vivir juntos decidieron buscar su primer vástago, su primer remanso de alegría;
Tras un primer embarazo dificultoso, consiguieron tener a su primer hijo.
Dana, una chica ejemplar, contrajo una fuerte depresión postparto.

Un día él la descubrió con su querido primogénito asomado a la ventana en una de sus manos; 
si no hubiese llegado, habría muerto precipitado;

Tras meses de terapia, Dana consiguió recuperarse, y nunca se perdonó aquella acción; ella y su hijo se hicieron inseparables;

Al poco de rehacer su vida, todo volvió al principio; el horror invadió su alma al recibir la noticia de que estaba, de nuevo, en cinta; de gemelos.

Intentó superarlo, intentó ser normal; al quinto mes la encerraron en una celda llamada hospital porque sino podía perder a los niños, ya que el simple hecho de caminar podría producir su muerte.

Y quizá era lo que ella quería;

Sentir el dolor de todo lo pasado con lo anterior y su nueva situación.

La impotencia de no saber como actuar.

El horror del alma apagada en una cáscara vacía llamada cuerpo.

Pero su sentimiento de culpa por lo anterior era tan fuerte que llevaba desde su ingreso casis sin respirar, casis sin moverse, casis sin sollozar...  casi sin hablar.

Yo nunca conocí su voz

Y creo que es suficiente preludio para saber que si nunca escuché su voz...

Es que la bomba de relojería que era Dana no acabó bien.


lunes, 27 de mayo de 2013

Diario de un enfermero, 2ª parte

Tras cumplir mi primer año de carrera, y con la moral más que reforzada, me adentré en el mundo de la maternidad en mi segundo periodo de prácticas;

Existe la creencia general de lo maravilloso que debe de ser un hospital maternal; los niños, berreantes, sonrosados y graciosos, recién nacidos, y sus madres y familias felices y contentos, por el milagro de la vida.

Pero a todos se nos olvida que esto conlleva un proceso.

Y que en dicho proceso puede ocurrir problemas.

Cómo no, a mi no me tocó una planta denominada "de la felicidad" como es puerperio, o postparto (para los de la logse), sino en la planta en la que había problemas, o patología del embarazo.

El lugar era demencial.

 La mezcla de tensión, nerviosismo y hormonas flotaba por el aire; y qué hay peor que mezclar a una madre, que aún no lo es, pero que tiene problemas antes de empezar.

Todos esos sentimientos, al que se le añade la impotencia de no poder hacer demasiado por estas criaturas, ya que, aunque se olvide a veces, no somos dioses, sino solo personas que hacemos lo que podemos.

Y ante muchos casos no se puede hacer nada.

Recuerdo el primer día como si fuese hoy. Subí, con más nervios que cabeza, hacia la 4ª planta, pues allí se ubicaba lo que sería mi emplazamiento de trabajo y aprendizaje durante casi 4 meses; y 4 meses dan para mucho.

Como era Febrero, cuando llegaba a las 7:30 am al servicio, aún era de noche. Las habitaciones estaban cerradas, y la luz, no era más que una tenue luciérnaga que parpadeaba en el pasillo, al más puro estilo de
"Sillent Hill" que puedo recordar.

Caminé despacio, para no romper el silencio creado, en el que no sabía porqué, la tensión podía cortarse con cuchillo, hacia la mitad del mismo, donde una luz blanca salía del control de enfermería.

Allí me encontré con quién me tutorizaría y me enseñaría muchas cosas a lo largo del periodo, una señora que, aunque parecía áspera y demasiado seria, luego demostró que no era así, solo que estaba curtida en el dolor y en las situaciones adversas, como su trabajo le exigía.

Qué paradoja, siendo hombres la mayoría de los pacientes ingresados en hospitales, que el primer día, volvió a ser una mujer:

Al entrar creía encontrarla desmayada, por sus labios y piel pálidos y blancos como el nácar, pasto de la falta de sol y de la deshidratación.
Estaba muy oscuro.
No hice nada de ruido, pero parece que me sintió;
Entre sus marcadas ojeras había dos pupilas,  negras y profundas, como dos pozos,, hundidos en la desesperación, en el amargor más doloroso, con un brillo casi de locura; cuando le tomé la tensión, no se movía un ápice, ni me dijo nada.

Su enorme barriga, para un cuerpo delgado de apenas 1.60 parecía hundirla en la cama.

Esa habitación tenía la habilidad de hacerme sudar como si de un horno se tratase, pero por dentro siempre sentía frío.

Como si belcebú hubiese hecho acto de presencia, huí de la habitación, con el sentimiento de tridteza y miedo que se puede sentir al no saber nada.

Creo que no he de añadir que entré, no solo una vez, sino muchas veces más. Su nombre, para que podamos referenciarla, será Dana, como la diosa céltica irlandesa apodada "madre".

Volví a pecar de ingenuo esa mañana, me dejé dominar por el miedo, por la tristeza y por lo chocante de la visión; pero, aún así me enseñó una gran verdad que sigo comprobando día a día.

Aunque sufras lo indecible, y no lo merezcas, el final puede ser amargo.

Muy amargo






jueves, 23 de mayo de 2013

Crónica de una Despedida

Era el último día para finalizar mi periplo por oncología. 

Y aunque pasen tres milenios, nunca podría olvidarlo.

Comencé a subir las escaleras hasta la 4ª planta ( que es donde se encuentra emplazado el servicio), esa mañana no quería coger el ascensor.
Subía los escalones, mientras los contaba en un vano intento de ocupar mi mente, a sabiendas de que llegaría tarde.

Uno, dos,tres... 

Diría que tenía miedo, pero mi sensación de auténtico terror, que me subía por el pecho y me apretaba el cuello hasta dejarme sin aliento es casi indescriptible.

El sudor frío perlaba mi frente.

catorce, quince, dieciséis...

Estaba totalmente acongojado. No quería pensar en lo inevitable, pero todo podía ocurrir, y no estaba preparado para aquello, si finalmente pasaba.

treinta y siete, treinta y ocho, treinta y nueve...

Y cuarenta. Vi la entrada del pasillo, ese endemoniado y negro pasillo que me hacía un nudo en el estomago al caminar sobre él.

Totalmente abotargado, me dirigí sin saludar siquiera (y soy bastante educado), en lo que me pareció flotar hacia la habitación.

Allí estaba, con una perfusión continua de mórfico. O eso ponía en el bote.

Y, aunque anteriormente dije que no estaba preparado para verla morir, saqué todo el valor que tenía.
Lo que no estaba era preparado para lo que vendría después.

Estrella estaba dormida. Pasé lo que me parecieron 10 días a su lado ( que no fueron más que un par de horas) ya que sabía lo suficiente como para ver que estaba muy mal.

Al final de la tarde, abrió los ojos. Y me volvió a sonreír. Y yo le devolví la sonrisa. 

Y entonces me dijo unas palabras que me han marcado y me marcarán el resto de mi vida, en un tenue susurro, con una voz que, en vez de ser la de un moribundo, parecía la de un mismísimo ángel:

" ¿Sabes porqué sonrío tanto, Manuel?
 -tragué saliva-
Porque por fin todo va a terminar." 

"Gracias"

Cerró los ojos y no los abrió más.

Gracias a ti, mi "Estrella", gracias de corazón, porque gracias a ti hoy soy mucho más humano.

Espero que esto te honre. Siempre sonrío, sobre todo cuando pienso en tí.

miércoles, 22 de mayo de 2013

Se tuercen las cosas

Cuando me dirigía, por tercer día, al servicio de oncología, un escalofrío surcó toda mi columna, como si de un relámpago se tratase, y erizó todo el vello de mi cuerpo. Algo no iba bien.

Subí las escaleras, llegué a la entrada del lóbrego pasillo (que continuaba asustándome), y me dirigí, sin más dilación, a su habitación. El corazón me dio un vuelco. No había nadie.

Con el corazón en un puño, me dirigí paralizado hacia el control, y con un la voz en un hilo, en lo que pareció un susurro, pregunté por ella.

Aquella noche había empeorado mucho, y la habían bajado a la UCI. Pregunté por su reacción, por si sabían algo, en un intento vano de calmar mi desbocado corazón. Parece ser que estaba mejor, pero en sus voluntades vitales destacaba el hecho de que, a petición propia, si se paraba no quería que la reanimaran.

A las pocas horas subió, con la sonrisa que le caracteriza, pero con la tez blanca como el nácar, y diez años más. Pensé que la UCI tenía que ser un lugar horrible para hacerle eso a una persona. Como ya he comentado, yo no era más que un niño con pijama blanco, al que le venía grande (en los dos sentidos)

Hablé con ella. Intenté hablar con ella. Intentando que las lágrimas no desbordasen mis ojos, le pregunté que como estaba. Me dijo, en una voz tan tenue que no se si fue mi imaginación, que ahora estaba bien, ya que estaba yo.

Se durmió. Pasó toda la tarde dando cabezadas, con máquinas que no llegaba a comprender pitando, y asustado. Que niño era. Cuando llegó la hora de mi salida no quería irme, pero en mi casa no comprendían que me quedase, tan chico en un hospital. Me dio pena despertarla. Le di una caricia en la frente, y noté como algo húmedo se deslizaba por mi mejilla, ardiendo, mientras se me nublaba la vista. Fue el detonante para irme. Y, aunque no aguantase más el dolor en mi alma, me fui contento por saber que, al menos estaba bien.


Iluso de mí. Aún no sabía que iba a ocurrir.

martes, 21 de mayo de 2013

Estrella

Estrella era una chica de unos 32 años, que ya había recorrido el amargo camino de la desesperación con la muerte de sus progenitores hacía unos meses , en un accidente de tráfico. Ella también iba en el vehículo, y me repetía incesantemente la mortífera escena:

"Salíamos del centro comercial, (decía) y sentí un enorme golpe y ruido.
Silencio.
Oscuridad.
Oscuridad y silencio.
Dolor.
Mucho dolor.
Dolor insoportable, sangre, vísceras, gritos y sirenas.
La mirada fija de lo que quedaba del amasijo de carne que era el rostro de mi padre".

Después de dos meses hospitalizada, en la que recibió ayuda por parte de salud mental, salió a la calle, sin nadie, ya que era hija única y no tenía abuelos, ya que fue un "accidente"(que irónico) que naciese, y llegó a destiempo.

Pocos días después, sintió un dolor desgarrador y comenzó a sangrar, a borbotones por la boca y por el recto, en lo que ella pensaba sería una secuela. No sabían que era. No encontraban nada que lo explicase.
Una prueba, otra y otra más (que más da cuales fueran) y nada.
La maldita incertidumbre no le dejaba pegar ojo.

Y por fin, tras varias semanas, tuvo su diagnóstico:
Cáncer.
Esa palabra que tan solo con nombrarla, y aunque los sanitarios digamos que no muchas veces hoy en día, suena a muerte, a sentencia, a sufrimiento y a dolor, a más dolor después del que estaba pasando espiritualmente.

Y Estrella me sonreía, a pesar de que había ido a  parar a un lugar tenebroso, lúgubre y horrible, donde la lógica dicta que te irás apagando como una vela, día tras día, en una habitación compartida con otro ser moribundo, como tú, pero que no te hace sentir más comprendido.

Pero, joder, Estrella sonreía. Me apena decir que me crispaba los nervios. Era un chico estúpido que no comprendía porqué sonreía, con aquellos dientes perfectos, de forma tímida pero amplia, y con un deje de amargor.

Entraba en la habitación a hablar con ella, a ponerle sus numerosos botes de medicación inútil, pero sobre todo a hablar con ella. Me preguntaba por los míos, por mis padres, por mi vida. Y yo, egoísta de mi le contaba, sin saber nada entonces, lo feliz que era, la suerte que tenía por empezar lo que empezaba; la ilusión de un joven que desbordaba vitalidad, frente a la pálida paciente que casi no se tenía en pie, con su palo con ganchos y su dieta parenteral colgada, que ella solía llamar " su plato de cuatro tenedores", mientras sonreía.

Al final del segundo día le pregunté, sin titubeos,
que porqué sonreía tanto,con lo horrible que era su vida, lo mal que lo había pasado;
le dije que si no entendía su situación, que era una inconsciente;
le dije que podía morir.



Y Estrella sonrió.




lunes, 20 de mayo de 2013

Diario de un Enfermero

Cuatro años después, y a punto de finalizar mi periodo de "obligada formación", aún recuerdo la primera tarde en el servicio de oncología.

Era un chico de 18 años recién cumplidos, y sentía una mezcla entre miedo, pánico y pavor. Llovía a mares.
El lúgubre pasillo se extendía frente a mi sin tratar de parecer tan oscuro como realmente era, pero aún así, se me puso la piel de gallina.

Entré en el control, y me presenté como el nuevo alumno en prácticas que pasaría cuatro días con ellos, y, casi sin molestarse en mirarme, me dijeron unos nombres que olvidé en el acto, además de asegurarme de forma sarcástica que había tenido mala suerte de empezar el día en el que quién me tutorizaría no estaba.

Esa tarde, tras convertirme en la sombra de la insípida y sebosa encargada, me dí cuenta de que no tenía nada que temer; egoísta por mi parte, los frágiles y pálidos cuerpos que moraban las habitaciones eran, sin duda alguna, los únicos que tenían que mucho que perder, y no yo. Aunque mirarse al ombligo en los comienzos es algo de obligado cumplimiento.

Recuerdo cuando, con la mente en blanco, entré en su habitación; inconsciente de mi, la intenté contagiar de mi juvenil alegría, mientras con la fría aguja y la jeringa le sacaba sangre, y escuché algo peor que todos los gemidos de sufrimiento que resuenan en mi cabeza tras casi cuatro años de trabajo: el sonido de una carcajada, amplia y sincera, pero con un trasfondo de horror y amargor. Aún la oigo a veces, con su pijama desgastado por los múltiples lavados y su bella sonrisa.
La llamaré Estrella, por el brillo de sus ojos al hablar, y porque, en ese horror de lugar fue, para mi y mis comienzos, como la brillante luz que surca el cielo en el negro espacio, o, en este caso, como la sonrisa que iluminó mi vida durante esos cuatro días tan intensos, los cuales recordaré siempre, con dolor y cariño, pero sobre todo con una inmensa gratitud hacía su persona, que al final de su vida y sufrimiento, supo darme una oportunidad: 

La oportunidad de ser mejor persona.