lunes, 1 de julio de 2013

Diario de un enfermero, 4ª parte

No olvidaré nunca aquella mañana de Primero de Abril.

Uno de mis peores presagios se cumplió: mi próximo lugar de prácticas sería el Hospital Infantil, servicio de Neurología/Nefrología, aunque por lo que ví a lo largo del periodo, sería servicio "cajón de sastre", ya que había siempre alguna cama para otras especialidades.

Nada más entrar en el servicio, me percaté de que el personal, aunque fantástico, no tenía en consideración a los alumnos, ya que al ser un lugar en el que los pacientes son tan frágiles, el ganarnos la confianza del equipo era un ardua tarea.

Pero eso no implica el que no nos pudiésemos relacionar con los "pequeños pacientes".

La verdad es que esperaba que fuese un servicio en el que los niños estuviesen todo el rato llorando, y que fuera más un lugar en el que te sintieses cohibido, sobrepasado por las situaciones.

Pero los niños, niños son, y la gran mayoría eran felices. FELICES.

Lo de los padres ya era otra cosa. Crispados de los nervios, dolidos, con expresiones de dolor como si un clavo ardiendo les desgarrase el alma... espero no saber nunca lo que es sentirse así.

Así conocí al pequeño Lorenzo; su madre, de Jaen, era un encanto, aunque tenía siempre grandes ojeras marcadas por la falta de sueño y por el dolor.

Yo sabía que era un paciente de neurología, ya que las habitaciones, según tu patología, van clasificadas por colores, y el blanco de la tarjeta lo delataba.

Todavía guardo un dibujo suyo, y recuerdo el sonido de su chupete.

Sobre todo en las crisis.

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