martes, 21 de mayo de 2013

Estrella

Estrella era una chica de unos 32 años, que ya había recorrido el amargo camino de la desesperación con la muerte de sus progenitores hacía unos meses , en un accidente de tráfico. Ella también iba en el vehículo, y me repetía incesantemente la mortífera escena:

"Salíamos del centro comercial, (decía) y sentí un enorme golpe y ruido.
Silencio.
Oscuridad.
Oscuridad y silencio.
Dolor.
Mucho dolor.
Dolor insoportable, sangre, vísceras, gritos y sirenas.
La mirada fija de lo que quedaba del amasijo de carne que era el rostro de mi padre".

Después de dos meses hospitalizada, en la que recibió ayuda por parte de salud mental, salió a la calle, sin nadie, ya que era hija única y no tenía abuelos, ya que fue un "accidente"(que irónico) que naciese, y llegó a destiempo.

Pocos días después, sintió un dolor desgarrador y comenzó a sangrar, a borbotones por la boca y por el recto, en lo que ella pensaba sería una secuela. No sabían que era. No encontraban nada que lo explicase.
Una prueba, otra y otra más (que más da cuales fueran) y nada.
La maldita incertidumbre no le dejaba pegar ojo.

Y por fin, tras varias semanas, tuvo su diagnóstico:
Cáncer.
Esa palabra que tan solo con nombrarla, y aunque los sanitarios digamos que no muchas veces hoy en día, suena a muerte, a sentencia, a sufrimiento y a dolor, a más dolor después del que estaba pasando espiritualmente.

Y Estrella me sonreía, a pesar de que había ido a  parar a un lugar tenebroso, lúgubre y horrible, donde la lógica dicta que te irás apagando como una vela, día tras día, en una habitación compartida con otro ser moribundo, como tú, pero que no te hace sentir más comprendido.

Pero, joder, Estrella sonreía. Me apena decir que me crispaba los nervios. Era un chico estúpido que no comprendía porqué sonreía, con aquellos dientes perfectos, de forma tímida pero amplia, y con un deje de amargor.

Entraba en la habitación a hablar con ella, a ponerle sus numerosos botes de medicación inútil, pero sobre todo a hablar con ella. Me preguntaba por los míos, por mis padres, por mi vida. Y yo, egoísta de mi le contaba, sin saber nada entonces, lo feliz que era, la suerte que tenía por empezar lo que empezaba; la ilusión de un joven que desbordaba vitalidad, frente a la pálida paciente que casi no se tenía en pie, con su palo con ganchos y su dieta parenteral colgada, que ella solía llamar " su plato de cuatro tenedores", mientras sonreía.

Al final del segundo día le pregunté, sin titubeos,
que porqué sonreía tanto,con lo horrible que era su vida, lo mal que lo había pasado;
le dije que si no entendía su situación, que era una inconsciente;
le dije que podía morir.



Y Estrella sonrió.




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