miércoles, 29 de mayo de 2013

Dana

Dana era una señora de 29 años, con un diagnóstico de amenaza de parto prematuro.
Es decir, que al menor movimiento, indicio o problema, podía ponerse de parto.
Estaba de 7 meses, pero llevaba ingresada desde el 5 mes.

Nadie, ni yo mismo, puede suponer lo que es estar dos meses ingresada y agradecer, a Dios y a todo en lo que uno crea por llevar 60 días, que son 3.600 horas, en una habitación, cerrada, oscura, asfixiante... con miedo siquiera a respirar. Esa angustia por la necesidad de arquear la espalda; esa angustia por esperar a que te cambien con todo el cuidado del mundo un pañal, que te hace sentir degradada, para no moverte hasta el baño; 

La enorme vergüenza reflejada en su rostro el primer día que ayudé a bañarla martirizaba mi conciencia, y todo por aprender a mover a una persona en bloque que debe estar lo más quieta posible

Comprendo que me mirase con odio, con dolor y con tristeza, con amargor y con enfado... lo que nunca podré olvidar es cuando me miraba con miedo, con terror, con pavor, como si yo fuese su ejecutor, como si yo fuese el que le iba a quitar a sus niños.

Si, sus niños; era un parto gemelar.

Su marido, con el que crucé alguna palabra, me lo contó todo;

Dana era una chica preciosa, con la piel morena bañada por el sol, feliz y fulgurante, con ganas de vivir;

Con toda la ilusión del mundo, se casaron, y a los pocos meses de vivir juntos decidieron buscar su primer vástago, su primer remanso de alegría;
Tras un primer embarazo dificultoso, consiguieron tener a su primer hijo.
Dana, una chica ejemplar, contrajo una fuerte depresión postparto.

Un día él la descubrió con su querido primogénito asomado a la ventana en una de sus manos; 
si no hubiese llegado, habría muerto precipitado;

Tras meses de terapia, Dana consiguió recuperarse, y nunca se perdonó aquella acción; ella y su hijo se hicieron inseparables;

Al poco de rehacer su vida, todo volvió al principio; el horror invadió su alma al recibir la noticia de que estaba, de nuevo, en cinta; de gemelos.

Intentó superarlo, intentó ser normal; al quinto mes la encerraron en una celda llamada hospital porque sino podía perder a los niños, ya que el simple hecho de caminar podría producir su muerte.

Y quizá era lo que ella quería;

Sentir el dolor de todo lo pasado con lo anterior y su nueva situación.

La impotencia de no saber como actuar.

El horror del alma apagada en una cáscara vacía llamada cuerpo.

Pero su sentimiento de culpa por lo anterior era tan fuerte que llevaba desde su ingreso casis sin respirar, casis sin moverse, casis sin sollozar...  casi sin hablar.

Yo nunca conocí su voz

Y creo que es suficiente preludio para saber que si nunca escuché su voz...

Es que la bomba de relojería que era Dana no acabó bien.


No hay comentarios:

Publicar un comentario